Ayer me dijo mi madre de jugar a las cartas y no jugamos.
Qué fácil es deprimirse un miércoles por la mañana y acabar hundido un sábado por la tarde, como un castillo de naipes (más fácil aún la metáfora), que con mucha habilidad, puede llegar a ser enorme, pero seguirá siendo endeble, muy frágil, sensible a cualquier movimiento, venga de donde venga. A los castillos de naipes no les importa quién les sople, si es su propio arquitecto, el aparejador, los obreros o los jubilados que miran y opinan tras las vallas. A los castillos de naipes sólo les preocupa desmoronarse cuando notan ése viento de cara, es su función.
Podrá decir V. que no me tienen que preocupar esas cosas, que en la vida (y me fío de tus 21 o 22 años) siempre te encontrarás gente así. Lo que no sabe, es que sin haber exhalado, sólo el hecho de retirar una carta cualquiera puede no sólo derribar éste castillo, sino recordar todos aquellos ya derribados, que parecen irrecuperables, que te obligan a suspirar por un 'Detener el tiempo' o volver atrás en él.
Creo que me entregaré a la rendición.