domingo, junho 19

Números

Rodiles, conceyu de Villaviciosa. Uno se percata de dos detalles, la forma física de Uno es lamentable, no nada ni quince metros. Dos, el factor cuarenta no es suficiente para que Uno no se queme, ni a dieciocho ni a veintiún grados.


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Logré acabar más o menos un logo para ese concurso que me puede reportar pingües (adoro esta palabra, en cambio Querétaro da asco) beneficios lo que me permitiría irme esos fantásticos ventidós días al Reino Unido.

Me estoy consumiendo.

sexta-feira, junho 10

Aprendizaje

Hola Godard.

Estando ayer con Albert Monteys y Manel Fontdevila (grandes del humor estatal y principiantes en el mundo de la Injuria a la Corona), uno ve más cercano el llegar alto, como ellos han llegado, aunque lo menosprecien. El procedimiento esta vez no es igual, pero de una madeja se saca un vestido, puntada a puntada.

terça-feira, junho 7

Estornudo.

En el estornudo se expulsan de golpe litros y litros de historias acumuladas entre mucosa verde.


Me asusté al ver que no escribía nada desde marzo, que la excusa era la reina de mi tiempo, y más aún me atemorizó la idea de escribir sobre Carlos y los demás sucesos que no tenían ni la mitad de importancia. Sí, Carlos murió un día de marzo, sin avisar y con tal estruendo, que todos se enteraron a tiempo de visitarle antes de que la tierra le engullera excepto el aquí escribano, que vivió hasta una semana después sin saberlo, felizmente atrapado entre tus brazos y tus paredes en relieve.

Montes, precisamente Montes me advirtió de un modo un tanto frívolo (o eso creo yo) de 'lo de Él' (que así pasó a llamarse desde entonces), estando yo esperando por el autobús. Quizá me enfadé con Montes, o quizá no sabía qué sentir y llegó el Dos. Subí, pagué, me senté y llamé. Después llamé a otro. Más tarde pregunté a una decena de personas que me lo confirmaron, algunos con una serie de detalles (sobre el por qué, el cómo y el cuándo) que yo no quería ni quiero saber. Hablé con Sito, llegó Luc de Salamanca y hablé con Luc. Colapsó todos mis sentidos durante unos cuantos días, no era capaz de escribir, de mover el coche ni de hablar de otra cosa. Llega carnaval, se te va olvidando y te encuentras a otro grupo de viejos amigos. Y hablas, hablas de lo que no quieres comentar y comentas. De las caras largas y el pensemos en otra cosa. Ese día creo que también perdí (perdimos) una parte de Casero, aunque quizá sean cosas mías.

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Llegó mayo con un tendón fisurado bajo el brazo y tres semanas de completa inutilidad, justo ocurrió el día en que Sito perdió su carnet al cometer una tropelía que no me esperaba de un tipo tan sereno. Me consolaba el saber que Carlos estaba peor, qué perro se puede llegar a ser en la contrariedad. Recuperé mi mano y seguí, progresivamente, disfrutando mi apreciado pulgar con eternas caricias a tu espalda, tu seno (el del gran lunar) e insípidas (no en el momento) madrugadas acabando con la vida de miles de soldados ficticios a través de mi videoconsola.

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Un día, el de Alberic, provincia de València, me comentó que sería buena idea quedar los cuatro de siempre, menos Montes, que se autocondenó hace tiempo al ostracismo debido a su distante actitud, lo que nos dejaba en tres . Me ilusionó la idea y fuimos a bañar en sidra cada palabra, cada recuerdo de la primera adolescencia, de los pantalones de pinzas, el jersey azul oscuro que con tan normalizada amargura llevábamos y aquel cuarto de ESO en el que disfrutábamos de la laxitud del profesorado (sólo nosotros tres y el disidente, al que si llamo así, no es más que por el rencor que da el haber apreciado tanto a alguien en el pasado) en la sala de ordenadores.

Poquet a poquet, mientras la mirada de Sito quedaba atrapada por los muslos de una morena de esas que tanto le gustan a él (no entenderé nunca su devoción por la piel morena), el de Alberic y yo empezábamos a hablar en catalán, por aquel de que a mí me gusta y él es valenciano nativo, cuando salió de su cabeza un vago recuerdo de un muchacho con el que se había peleado. Volví años atrás y empecé a pensar con quién me había podido pelear yo, un chaval pacífico, un 'gracioso de clase', alguien a quien siempre se le había hecho muy cuesta arriba soportar el desprecio de cualquier persona. Reparé en Carlos, justamente él había sido mi único contrincante.

Salió disparado de entre mis labios, Sito giró la cabeza hacia mí y el de Alberic calló.